El dos mil once silencioso
Si no publico algo antes de las doce, será ya más de un año sin bloguear. Lo que sería bastante penoso para un blog que podía jactarse de ser actualizado cada semana. Así que heme aquí, como un Ceniciento del tercer milenio, intentando bordar algunas palabras antes que las campanadas delaten al nuevo año.
Para no dar la lata con un aburrido resumen de los últimos doce meses, quiero compartir la idea que más me influyó durante el 2011:
Finalmente entendí la idea de que las grandes cosas son creadas lentamente […] así que ¿por qué no podrían las grandes personas ser creadas lentamente? Si uno desea verse a sí mismo como una obra maestra en preparación, entonces uno debe amar los cambios pequeños, uno debe emocionarse por cada cosa minúscula que uno hizo mejor hoy. […] ¡Celebra!, estás avanzando en la dirección de la propia creación.
Esto lo escuché en un audiolibro de motivación personal de un tal Steve Chandler. A veces escucho este tipo de cintas en mi walkman durante alguna larga caminata, y aunque suelen estar llenas de obviedades de repente me aportan alguna idea interesante, y ésta de algún modo resonó bastante en mí.
Y el 2011 fue precisamente un año con muchos triunfos pequeños. Debe haber sido el año en que hice más cosas por primera vez, y consecuentemente celebré cada una de ellas. Ya, el péndulo de Damocles está a punto de empujar la manecilla para las doce, así que simplemente los dejo con mi consejo para el año que viene: ¡celebra los cambios pequeños!
Producto nacional
Volantino
El volantino es un árbol típico de Chile. Su flor, el volantín, tiene forma cuadrada, colores vivos y diseños hermosos. Un tallo semicircular de coligüe lo atraviesa a lo largo de su diagonal, y una cola cuelga desde una de sus esquinas.
El volantino siempre florece en el mes de septiembre. El viento suele desprender la flor y elevarla hacia los cielos, donde puede uno a menudo verla suspendida, luciendo orgullosa su larga cola en compañía de otros brotes multicolores.
Cuando septiembre es pasado, dejan de ser visibles los volantines levitantes, pero siempre queda algún volantino celoso que nunca permitió al viento desflorarlo, esperando ser descubierto por algún niño que trepará a rescatar el capullo para conservarlo como trofeo.
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